martes, 8 de agosto de 2017

Hace un mes

 El 12 de Julio pasado hizo 200 años del nacimiento de Thoreau. Los humanos somos así de enrevesados. Buscamos maestros o mejor dicho, hacemos maestros a veces, a personas que no lo pretendían, que vivieron de la forma que pudieron una existencia difícil como la de casi todos, pero que de algún modo, sentimos que fue una vida coherente con su pensamiento. Algo de lo que aprender. Y no sólo por eso, sino por la emoción que produce leer unos escritos llenos de sinceridad, frescura y hermosa filosofía agazapada en cada linea de su Diario.

En este bicentenario, muchas personas están celebrando el nacimiento de un maestro que nunca pretendió serlo, que se sintió agradecido, cuando alguien le dijo que le gustaba oír sus conferencias y qué murió sin saber lo que escribir sus pensamientos iba a significar para tantos ciudadanos. Como muchos escritores que les llegó la fortuna demasiado tarde. Pero a él no, no le llegó demasiado tarde, porque vivía sin preocuparse mucho del sustento cotidiano y futuro, como hacemos la mayoría. 
Disfrutó de la Naturaleza todos los días del año y encontró en cada brizna de hierba, en cada animalito, en cada laguna un filón del tesoro del pensamiento que luego dejó enterrado entre las páginas que escribía, y que tantos años después descubrimos y gozamos con su personal visión.

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